Industrias extractivas, pueblos indígenas y pandemia

“Las medidas estatales de apoyo a las economías nacionales en un contexto de emergencia han priorizado en algunos casos los intereses del sector privado, favoreciendo la expansión del agronegocio y las industrias

extractivas, la explotación forestal y los proyectos hidroeléctricos, o declarándolos operaciones “esenciales”. Esas empresas han seguido operando en tierras tradicionales de los pueblos indígenas a pesar de los confinamientos nacionales y sin el consentimiento libre, previo e informado de los pueblos indígenas, exponiéndolos con ello a un mayor riesgo de contagio.”

Francisco Cali Tzay (Abogado, diplomático; miembro del pueblo Maya Kachiquel; Relator Especial de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas)[1]

La pandemia que aqueja el planeta, causada eminentemente por una mala administración de la naturaleza, los controles sanitarios y un desbalance evidente entre inversión, acumulación de poder y derechos, va desnudando diariamente la desigualdad existente en el planeta. Los pueblos indígenas, reducidos a los largo de la historia de América Latina a espacios territoriales cada vez más pequeños, sufren hoy frente al deterioro de sus medios de vida producto del acaparamiento de tierras y diversos procesos de contaminación. Estos procesos, en algunos casos, recién se están iniciando, pero, otros llevan décadas. Frente a tal situación, los pueblos indígenas sienten que sus Estados o no los protegen o son parte del problema. Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), ha indicado el presente año, en el día de la Madre tierra (22 de abril) que los países de América Latina invierten menos del 0.5% de su PBI en temas ambientales[2]. Imaginemos todos los pasivos ambientales en América Latina. ¿Quién pone los fondos para monitorear, legislar y sancionar los efectos ambientales de las industrias extractivas? Más directamente, ¿Quién se asegura que estos se apliquen en los territorios indígenas? Hasta ahora, son los propios ciudadanos y ciudadanas indígenas las que hacen el monitoreo, proponen normas y exigen sanciones y por lo mismo, ya varios han muerto o están muriendo lentamente producto de las enfermedades producidas gracias a Estados y empresas que no cumplen con un mínimo de ética y que antes, tienden a manipular e influenciar en los procesos políticos de los gobiernos de turno para evadir la fiscalización y vigilancia ambiental. Toda empresa debiera invertir y pagar sus impuestos de modo proporcional a sus ganancias y al impacto ambiental que generan. ¿Por qué un pueblo, en cuanto está más alejado de las principales capitales nacionales e internacionales, es más afectado y acallado en la exigencia de sus derechos cuando sus medios de vida, son destruidos por una empresa extractiva? Esta y otras preguntas, millones de ciudadanos y ciudadanas indígenas continúan haciendo hoy[3]. Como dice José Díaz Mirabal, el líder indígena de la mayor federación de la Amazonía de América Latina, la COICA: “La Tierra está en proceso de colapso ambiental, si no detenemos el extractivismo, la deforestación y el consumo irresponsable, no hay futuro.” [1] Informe: “Las repercusiones de la enfermedad por coronavirus en los derechos individuales y colectivos de los pueblos indígenas” Pág. 25. [2] https://www.elagoradiario.com/latam/economia-verde-diluye-recuperacion-america-latina/ [3] https://coicamazonia.org/22-de-abril-el-grito-de-la-selva-por-la-madre-tierra/

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Renovemos Nuestro Mundo exige replantear nuestra relación con la naturaleza

Como organizaciones cristianas que trabajamos en los campos del desarrollo, justicia y cuidado de la creación, en el contexto de la pandemia de COVID-19, demandamos la necesidad de replantear sustancialmente la relación de la humanidad con la naturaleza. Creemos que Dios ha creado un mundo interdependiente dentro del cual t enemos la responsabilidad de usar los dones y recursos de manera sabia, cautelosa y sostenible.

INCENDIOS EN AUSTRALIA

¿Por qué ocurre este incendio?

Antecedente 

Desde el año 2017 se ha vivido una de las más devastadoras sequías, en la mayor parte de Nueva Gales del Sur y Queensland, que ya ha causado daños a zonas agrícolas importantes para el país. Esto generó un ambiente que cada vez se hacía más y más seco, estando mucho más propenso a poder generar incendios forestales de forma “natural”. (1)

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